Jeremy Irons es un actor especial. Y tiene esa ambiguedad y esa clase aristocrática que lo hace creíble en un doble papel tal complicado como el que tiene en Inseparables (1988) de nuestro incorregible director canadiense.
Llevaba muchos años sin volver a ver esta película tan tremenda sobre como la irrupción de una mujer ¿mutante? con tres cervix en la vida de dos prestigiosos ginecólogos -gemelos, guapos, ricos y ligón uno y el otro muy raro- y que llevara a los galenos a una lenta pero cruel auto destrucción.
Se cuentan siempre historias llenas de glamour y de envidia hacia estos especialista de la mujer -cada vez más mujeres y muy pocas urólogas, de momento- que las reconocen y les hacen preguntas indiscretas sobre su vida sexual.
La capacidad de perturbar de David Cronenberg es bestial y hasta enfermiza.
El bocado de la insatisfecha Geneviève Bujold al cordón umbilical que le une en una pesadilla del drogadicto a su hermano, terrorífico.
El material quirurgico que encarga al escultor el ginecólogo majareta y su uso, pues una pasada horrorosa.
La exploración a la menopausica paciente usando una especie de fórceps espantoso para operaciones a pesar de las quejas de la atemorizada mujer y los comentarios del loco merlo sobre coitos con perros ante la confesión de la buena mujer de lo doloroso de sus relaciones sexuales, un puntazo patológico antológico.
En el fondo es entrar en el juego (inofensivo) obsesivo del realizador y aguantar sus películas, que ya tiene mérito y estómago.
Pasar un mal rato pero distraerte. Alabar la densidad atmosférica de sus filmes tan próximos al mundo de un Lucian Freud o de un Francis Bacon.
Esperaremos expectantes su próxima obra.
De momento descanso de él aunque tengo pendiente comentarles Crash.
Hellín a 24 de Octubre de 2.008.
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