Burt Lancaster y Audrey Hepburn, arriba en el hermoso y vibrante cartel, son hermanos pero no de sangre pero en ellos puede el amor y no el odio racial familiar porque lo contrario es propio de seres despreciables como esos beatos ganaderos a los que el fanatismo de un taliban predicador loco solitario convence de la impureza de una adorable chiquilla.
Lillian Gish, una leyenda del cine mudo, con 67 años rueda Los que no perdonan y es un madre que muere defendiendo a la hija que no ha parido pero que recogió recién nacida . No entiende uno luego esas bastardas madres que abandonan a una hija agonizante y que son escoria y no otra cosa.
Dirán que pinta el genial Amadeus en una película del oeste.
La ven porque no quiero contarles dos antológicas secuencias que tienen a la música del salzburgues, a una pianista adulta y a un destartalado piano de protagonistas. También unas flautas tienen algo que ver con la segunda.
John Huston hace un filme poético. Era y fue escritor mas que realizador. Y eso le sirve para que sus buenas obras estén muy bien narradas, sean solidas y muy profundamente humanas.
Perdedores que en este caso ganan.
Una persecución de un demente traumatiza a una familia trabajadora.
La mentira al final sale a la luz.
La verdad es la catarsis necesaria para expiar a los demonios.
Los indios kiovas son nobles. Crueles pero luchan por unos ideales.
Se debería revisar ese estereotipo de como han presentado los buenos western a los pieles rojas.
Aquí los rostros pálidos salvo excepciones son cobardes y traidores.
Ya tendremos tiempo de comentar Fort Apache de otro maestro John pero del tuerto Ford, junto Walsh y a Lang, los tres parches de oro del cinema.
La paranoia del General Custer. Estos lideres que tanto daño causan. Seres patológicos incurables. De atar. Y mas habituales de lo que parece.
Hellín a11 de Enero de 2.009.
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