jueves, 21 de agosto de 2008

EL CASO PARADINE DE MI IDOLATRADO "HITCH":ENTRE ENCADENADOS Y LA SOGA.UNA JOVEN PUTA BENDECIDA QUE ENVENENA A SU VIEJO FORRADO MARIDO CIEGO.MAGNIFICA.


Alfred Hitchcock es mi Director de cine predilecto.
Los lectores de El Diario de Hellín, cuando me dejaban publicar, para su tortura, lo saben y algunos me lo agradecierón en su momento. Gracias y les prometo que si sacamos un periodico independiente, les seguire torturando con mis cuitas hitchcoknianas. Dificil, muy dificil, pero se intentará, amigos.
Para mi el mejor entre los mejores y junto Luis Buñuel -tenían la misma edad practicamente y se admiraban mutuamente- los dos realizadores que mejor han retratado la crueldad humana y en los que la forma y el fondo se conjugan, maridan y se ensamblan a la mayor perfección.
Me intento explicar. Estos dos artistas fueron depurando su estilo hasta conseguir poder expresar al 100% sus obsesiones personales en un par de horas de celuloide.
Muy éticos ambos. Pecadores. Uno, el calandes, un ateo católico y el ingles, un protestante torturado por su pasión por las rubias aunque fueran de bote y siempre inalcanzables a pesar de sus regalos y atenciones.
Hacen lo difícil fácil. Aunque el aragonés pasa por ser un director poco preocupado por la técnica cinematográfica, una revisión de su filmografía nos saca del error.
Del orondo amigo "Hitch" pues que es la perfección encarnada absoluta total insuperable.
Su cámara es más precisa y cortante que el más perfeccionado bisturí en manos del más virtuoso cirujano.
Es ese virtuosismo el que permite a Alfred Hitchcock poder plasmar todos sus fantasmas, pesadillas y gustos deshonestos y encima de manera descarada, lo que le honra por su sinceridad y falta de pudor.
El proceso Paradine (1.947), me gusta más caso como aparece en el titulo original, es un peliculón muy lastrado por dos, para mi gusto, muy flojos actores, Louis Jourdan y el siempre, para mí reitero y perdonen, inexpresivo Gregory Peck.
Cosas del star system dichoso reinante entonces y ahora
Alida Valli, la fascinante actriz italiana, está perfecta. Carnosa, golosa, apetitosa y mala hasta la locura sexual del insatisfecho abogado defensor.
Charles Laughton está tremendo.
Los escasos minutos que sale en la primera hora -la secuencia memorable de la cena- son antológicos. Su mirada lasciva al fijarse en el hombro desnudo de la frígida esposa del picaplietos de la viuda negra es inolvidable. Sus devaneos y toques a esta joven dama casada de su invitado en el sofa, ridiculos y propios de un viejo chocho.
La penúltima secuencia -con la que debería haberse acabado el filme- otra cena terrorifica. Humilla el Juez de su Graciosa Majestad a su atemorizada mujer y se muestra implacable en el castigo sin el cual el delito no puede ser perseguido. Una alevosa infiel asesina joven de un viejo forrado ciego debe pudrirse en la cárcel como mínimo o sentir en su delicado cuello de cisne la aspereza de la soga mortal.
La sexualidad -la represión- está muy presente en la obra del maestro de maestros británico.
La prostitución legalizada y bendecida de sus bellas y malvadas mujeres.
Su gusto fetichista por buscar actrices, a poder ser rubias, a las que viste y maquilla hasta la perfección.
Sus iconos -para mí, repito- más conseguidos, Ingrid Bergman y Grace Kelly.
Pero esa es otra historia.
Hellín a 22 de Agosto de 2.008.

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